No es que hayamos perdido, es que aún no hemos ganado. Despertemos, humanidad; no hay mas tiempo Viva Nicaragua libre. fora miedo [Fuera Temer]. ¡Parada! Todos somos HIJOS de una misma historia. Faltan 100.000. yo soy nosotros [Yo soy nosotros]. Fuera del armario, ocupando las calles. Macri no es puto, es liberal; hacerse cargo Soy Andy Lopez y mi vida importa [Soy Andy López y mi vida importa]. ¡Militar no! canalha [Canalla]. Que no existe la Real Academia Española. Yo pienso, tu sufres, ellos nada. ¿Qué pasó en Curuguaty? 40, 41, 42, 43, justicia! Estas consignas son (o fueron) gritos de América que hoy resuenan en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) en México.
La exposición giro gráfico, que se exhibe en el museo hasta mayo, investiga las formas de expresión callejera de los activistas y movimientos sociales en el continente desde la década de 1960. El título de la exposición tiene una segunda parte, Giro gráfico. Como la hiedra en la pared, que invoca una canción de la chilena Violeta Parra: “Se enreda, enreda / Como la hiedra en la pared / Y brota, brota / Como el musgo en la piedra”. “Porque la gráfica, como la hiedra, crece de forma inesperada e insistente en las paredes y vuelve a brotar, una y otra vez, en cualquier hueco, como la vida misma”, explican en un texto los comisarios de la muestra.
La exposición es el resultado de una investigación impulsada por Red Conceptualismos del Sur, un colectivo transnacional y diverso que trabaja en el proyecto desde hace seis años. En mayo de 2022, el colectivo inauguró también la exposición en el Museo Reina Sofía de Madrid. El objetivo no es hacer un mapeo definitivo o cronológico de la gráfica política en América, sino abordar expresiones tan diversas como las del Frente de Acción Revolucionaria Homosexual, que marchó en México en 1979; los de los brasileños que pidieron la libertad de Lula da Silva, encarcelado por corrupción en 2017 y elegido presidente en diciembre; las de las Panteras Negras, en Estados Unidos, o las de las feministas que toman las calles de Colombia, Perú o Argentina cada 8 de marzo.
“Y no fue mi culpa, ni dónde estaba, ni cómo vestía”. El himno feminista que nació en Chile y que desde entonces suena en todas las marchas por los derechos de las mujeres en América Latina se escucha al inicio de la exhibición entonado por campesinas y activistas en el cerro Huelén. Allí mismo cuelga impresa en negro sobre blanco una fotografía de Graciela de Gouveia, uruguaya detenida y desaparecida en Buenos Aires el 14 de junio de 1977. La imagen está sostenida por un poste de madera que los manifestantes levantan cada 20 de mayo desde 1996 en las Marchas del Silencio, en Montevideo. Los eslóganes, presentes y pasados, siguen resonando a medida que avanzamos por la exposición en forma de foto, video, bordado, estampado, pancarta, canción, bandera.
Los organizadores prefieren no hablar de obras de arte aunque los objetos estén expuestos en un museo. Sol Henaro, curadora del MUAC, integrante de la Red Conceptualismos del Sur y una de las coordinadoras de la exposición, lo explica: “Insistimos en hablar de visualidades. Estas visualidades pueden provenir de artistas, pero también de sujetos que toman herramientas de la práctica artística para comunicar determinados pronunciamientos”. Por ello, el equipo que organiza la exposición entiende la gráfica en un sentido “explotado”, es decir, abierto. El visitante encontrará técnicas y materiales que, si bien no encajan dentro de la más amplia definición de grafismo, pueden tener la fuerza de desencadenar cambios.
En las paredes cuelgan carteles de papel llamando a manifestaciones y llamando a ¡Alto a la represión! o fotografías que documentan el grafiti callejero: “La pintura se ve mal, pero la sangre en la calle se ve peor”. Cuelgan, por ejemplo, banderas pintadas realizadas en 1981 por la Asociación Internacional de Artistas Víctimas de la Represión en el Mundo que se creían perdidas y han sido recuperadas gracias a la investigación. Una de las paredes del MUAC ha sido intervenida con aerosol para captar los rostros de líderes sociales asesinados en Colombia. Son las expresiones más tradicionales de activistas o movimientos sociales. Pero también hay “producciones que vienen de otro orden”, explica Henaro.
En rojo y azul se exhiben carteles diseñados para espacios publicitarios por el artista peruano Alfredo Márquez. “Dicen que estamos atrasados”, dice en una estampa que muestra la cara redonda de una niña. Las joyas de sus hijos, el cuello redondo de su suéter, su cabello largo detrás de sus hombros. “Por una vez queremos saber dónde está (…) Si supiéramos, ya estaríamos satisfechos”, lee en quechua. O rectángulos de tela bordados por salvadoreñas exiliadas en Honduras durante el conflicto armado entre 1980 y 1992. “Huimos para no morir de las bombas, dejando nuestras casitas abandonadas”, está escrito en uno que muestra helicópteros militares volando. sobre un pueblo mientras sus habitantes –niños, adultos, ancianos– escapan de las balas rojas.
Él zapatero negro es una pequeña casa de madera que, incluso desde su arquitectura, cuestiona la status quo. La cabina, más baja en un extremo, parece hundirse en el suelo, el piso de una de las salas del museo. Entre 2012 y 2014, el colectivo En donde era la ONU y el artista Rigo 23 invitaron a Emory Douglas, exministro de Cultura de los Panteras Negras, a conocer al Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas. El resultado fue esta casa intervenida con pinturas y bordados que unen “visual y políticamente” los dos movimientos.
También se exhiben cometas que el artista Francisco Toledo elaboró con estudiantes de primaria de Oaxaca para sumarse a las protestas contra la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. O un dispositivo creado por el artista Demián Flores y el colectivo La Chula Foro Móvil para imprimir in situ, durante las manifestaciones, pancartas con los rostros de los normalistas desaparecidos de sus casas desde 2014. “Eso ya lo hizo Rini Templeton” , advierte Henaro sobre el trabajo de la artista estadounidense que participó en las revoluciones cubana y sandinista, en Nicaragua, con “sus herramientas visuales”. Salía a las manifestaciones a regalar sus dibujos.
La curadora explica que una parte importante de la investigación ha sido descubrir ecos como ese. “Muchos comenzamos a darle una dimensión más digna a este tipo de ejercicios a partir de los años setenta u ochenta y prestar atención a qué otras reverberaciones de este tipo había en nuestro presente”. Henaro destaca cómo los fanzines, las pancartas y los grafitis “son tres de los elementos que tienen un giro nuevo en el presente”. “Estas visualidades insisten o se resisten a silenciar”, explica y continúa: “No es una exposición que pretenda explicar las debacles políticas en América Latina, que son muchas, muy variadas y no podríamos convocarlas todas. Ese no era el propósito. Se trataba más bien de hacer esta red de episodios del pasado y del presente. Aspiramos a sacudirnos y hacernos pensar en el presente”.
Templeton, la artista que regaló sus dibujos como ahora lo hacen Demián Flores y el colectivo La Chula Foro Móvil, también regaló sus obras en México como parte de su activismo político y social. Había llegado al país en 1974 y se había incorporado al Taller de Gráfica Popular para apoyar con su obra causas populares. Cuando los sismos de 1985 dejaron miles de muertos en la Ciudad de México, el artista se involucró en los reclamos y ayudó a organizar la ayuda para los damnificados. En esos días, dibujó una caricatura en la que se ve a un grupo de mujeres tejiendo frente a una pancarta; la tela colgante está limpia, todavía no hay mensaje. El dibujo del artista, fallecido al año siguiente, se exhibe en el MUAC. El espacio en blanco ahora podría llenarse con el grito más urgente.
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