Rosario Castellanos, precursora del feminismo en México

Rosario Castellanos tenía 23 años cuando comenzó a trabajar en su tesis. Aspiraba a optar al grado de Maestría en Filosofía y para lograrlo había preparado un texto titulado Sobre la cultura femenina. En él, la escritora ahondaba en la aportación de la mujer al ámbito cultural, pero también criticaba el “coro de hombres cuerdos que sentencian que la imposibilidad absoluta de las mujeres cultas o creativas es algo más que una alucinación, un espejismo, una pesadilla morbosa”. . Palabras que recuerdan a Sor Juana Inés y su reivindicación de los hombres y que en su momento demostraron el compromiso de la joven Castellanos con los derechos de la mujer. Aunque luego negó su tesis, en el texto dejó claro que “el mundo que se me cierra tiene un nombre: se llama cultura. Sus habitantes son todos varones. Es la voz de una mujer que reclama un espacio para ella y sus pares y que sigue resonando con fuerza en un mundo donde aún existen fuertes desigualdades entre creadores de ambos sexos. Se trata, sin embargo, de un pensamiento precursor en el México de los años 50 y que se rescata en un nuevo trabajo que analiza la vida y la literatura de Castellanos, materia que quema (Lumen), de la escritora Sara Uribe con ilustraciones de Verónica Gerber.

“Más que adelantada a su tiempo, Rosario Castellanos es una precursora del pensamiento feminista, de los derechos de las mujeres y de los derechos de los indígenas”, dice Uribe en una entrevista por videollamada. Aunque Uribe reconoce que la situación de la mujer ha cambiado en comparación con la juventud de Rosario Castellanos, admite que los temas feministas que la autora aborda en su obra, correspondencia y ensayos también siguen vigentes, pues desarrolló un pensamiento en torno a la problemas que enfrentan las mujeres con el patriarcado. “Uno siente que está hablando del presente, de situaciones que están pasando ahora mismo. Rosario parece que nos habla de problemas con los que todavía luchan las mujeres. Y esa es la obra que creo que debe ser más leída y difundida”, explica Uribe.

Esta escritora originaria de Querétaro inició su relación literaria con Castellanos cuando tenía 13 años. Le encantaba ir a la biblioteca de su pueblo a leer y fue allí donde se topó con una antología de Castellanos editada por el Fondo de Cultura Económica. Fue un poemario que la marcó profundamente “por su lenguaje coloquial, el tratamiento de temas que tenían que ver con la vida de las mujeres, y en ese momento sentí esa conexión intensa con Rosario, porque hablaba de problemas cotidianos”, dice. Uribe.

Comenzó así un diálogo íntimo entre los dos escritores, que ha continuado con la publicación de materia que quema. Es un libro precioso que reúne el pensamiento de Castellanos, los fantasmas que la atormentaban, sus ideas sobre la poesía y la narrativa, sus amores, el papel de la mujer, el sufrimiento de los indígenas de Chiapas, su estado natal y su pasiones literarias. “Me gustaría tomar un café contigo en la cafetería Mascarones. Charlen sobre las materias que están estudiando, sobre los libros que están leyendo, critiquen un poco a los maestros y nos vuelen de una clase a otra para seguir con el chisme”, escribe Uribe en uno de los capítulos del libro, en el que habla del ingreso de Castellanos a la universidad, es un anhelo que mueve al lector, que a medida que avanza en la lectura también quisiera estar frente a Castellanos, quizás con una copa de vino de por medio, y preguntarle qué piensa de tantos horrores sufridos hoy, de tantos cambios, de avances y retrocesos.

O consolar a la niña Castellanos, que desde muy joven tuvo que enfrentarse a la soledad. Nacida en el seno de una acaudalada familia de terratenientes, Rosario Castellanos vivió su primera infancia con los lujos y privilegios de su clase. La cuidaba su niñera Rufina, “una tojolabal”, quien se encargaba de trenzarle el cabello, leerle cuentos y contarle leyendas chiapanecas. “Muchos años después, el escritor convirtió esos cuentos en literatura”, explica Uribe. Junto a Rufina, Rosario Castellanos creció con una “cargadora”, es decir, niñas indígenas que para las hijas de los hacendados eran una especie de juguetes, seres colocados para su entretenimiento, “un mero objeto en el que el otro descargaba sus estados de ánimo: la inagotable energía de la infancia, el hastío, la ira, el amargo afán de posesión”, como lo describiría más tarde Castellanos.

La tranquilidad de su infancia se vio truncada por la repentina muerte de su hermano menor, Mario Benjamín, un verdadero tesoro para los padres de Rosario, quienes empezaron a comprender desde niña los privilegios que tienen quienes nacen varones. De hecho, la niña supo desde temprana edad que su vida valía menos que la de su hermano. Uribe retoma una escena casi mágica, ocurrida durante un desayuno familiar. “Rosario tenía ocho años y Benjamín siete cuando una amiga de su madre irrumpió en el comedor, aterrorizada, como una especie de medusa, con el pelo blanco, toda de pie así, sin peinarlo, y profirió su vaticinio: uno de Los hijos de Adriana Figueroa [su madre] Iba a morir. La respuesta de su madre fue: ¡pero el niño no! ¿CIERTO?” Aquella terrible escena se convertiría luego en un duelo que golpeó a Rosario, pues tras la muerte de su hermano sus padres se hundieron en un terrible luto, dejando a la niña huérfana, si no física, sí muy anímica.

“Esas vivencias de la infancia, la muerte de su hermano y luego de sus padres, esa soledad que expresa en sus cartas, la marcaron profundamente”, dice Uribe. Por eso en la literatura de Castellanos están presentes sus fantasmas, la duda de su propia existencia, sus miedos. Pero también cambió su visión de las costumbres que la rodeaban en la medida en que creció sola, que leía, que cuestionaba. “Hay una mirada lúdica, lúdica, que tiene que ver con la mirada de la infancia que le permite poetizar sus vivencias, esas secuencias narrativas donde describe las costumbres de esa época la llevaron a un proceso de cuestionamiento si esas dinámicas de poder que ella Observé que eran justos”, dice Uribe.

Esa visión del mundo de Castellanos se plasma en materia que quema no solo con el análisis que hace Sara Uribe y que mezcla con las narrativas de la escritora chiapaneca, sino con las ilustraciones de Verónica Gerber, quien más que representar la obra de Castellanos ha recurrido a objetos, símbolos que siempre están presentes en su escritura “No quería ilustrar literalmente su vida y lo hablamos con Sara y ahí empezó la búsqueda de cómo hacer ilustraciones que no fueran literales, a partir de un par de objetos cotidianos que aparecen en su trabajo y las cosas que la marcaron, como las lámparas, las llaves, las piedras, los tejidos de Chiapas”, explica Gerber.

Los dibujos de lámparas están presentes a lo largo del libro y, por supuesto, si fue uno de estos objetos el que marcó el final de Castellanos: la escritora murió en Tel Aviv, donde era embajadora de México, el 7 de agosto de 1974 como consecuencia de una descarga eléctrica provocada por una lámpara, que encendió al contestar un teléfono y al salir de la ducha. “Llenar el libro de lámparas conectadas a varios momentos de su vida, con esa posibilidad fantasmagórica que tienen las lámparas. Lo más lúdico de su infancia es ese choque que traté de poner en los dibujos, sustituyendo pedazos de las lámparas por bordados de las mujeres de Chiapas. Hay un juego infantil con el lenguaje”, dice Gerber.

Tanto Uribe como Gerber esperan que materia que quema generar más interés en la obra de Castellanos, principalmente su correspondencia y ensayos, menos conocidos que sus novelas, algunas veneradas como oficina de la oscuridad cualquiera balun canan. “No es la más desconocida de las escritoras, pero podría leerse más. Ella tampoco tiene el lugar que tienen otros escritores, aunque lo que escribió Rosario en su tiempo nos habla de una manera más poderosa”, dice Verónica Gerber. “Su obra suya provoca un diálogo con ella, porque su mirada es tan vasta que produce la necesidad de interactuar con Rosario Castellanos. Su obra es actual en este siglo y produce esta necesidad de preguntarle qué pensaría de movimientos como el MeToo, de las consignas que se gritan en las marchas”, dice Uribe. “Lo que quiero provocar es que los lectores se animen a preguntarle por ella, a contarle y a hablar con ella”, añade. Y concluye: “Hay mujeres cuyo trabajo es conocido, pero lo importante es mantener viva esa conversación”. Aunque una lámpara truncó esa posibilidad en 1974, para estas autoras la obra de Rosario Castellanos sigue viva y bien vale servirse una copa de vino y sumergirse en la literatura de una de las mujeres que fue precursora del feminismo en México. .

Suscríbete aquí hacia Boletin informativo de EL PAÍS México y recibe toda la información clave de la actualidad de este país

By México Actualidad